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27 de enero de 2011

Y en días como este te das cuenta del egoísmo presente. Te das cuenta de que nunca nadie está satisfecho con lo que tiene. Que tiene todo y quiere el infinito, pero siempre tenemos sed de algo más. Este es el mundo en el que vivimos. El mundo insatisfecho en el que vivimos. ¿Qué tiene todo eso que nos vuelve inhumanos? ¿Somos acaso máquinas sin saberlo? Sí, somos robots avariciosos y caprichosos, mentes guiadas por la sociedad y perseguida por una obsesión de conseguir la felicidad que da escalofríos. Me da miedo, un auténtico pánico, pararme a pensar un segundo en lo que soy o en lo que me he convertido con el paso de los años. Porque lo admito. Soy una persona más de esas egoístas, creídas y orgullosas, que siempre miran más allá de sus posibilidades. Por suerte, a veces me doy cuenta y por desgracia, demasiadas veces no. Y sí, sé que todos cometemos errores, pero, ¿Cómo arreglar los errores ajenos? Y ahí me vuelvo a preguntar si pesan más los malos o los buenos momentos, si ciertas situaciones nos afectan a todos de la misma manera o si simplemente para todos tiene un final feliz.
Continuamente, me vienen a la cabeza problemas. No sé, noto que no disfruto todo lo que debería. Los problemas vienen, bailan en mi cabeza, se ríen de mi impotencia y se van. Pero me pongo los cascos a todo volumen, cierro los ojos, fuerte, que parece que se me van a romper…hasta que los problemas se me olvidan en esos 3 minutos y me libero de las tonterías por las que me preocupo. Pensaréis que es de cobardes, lo sé, pero es una de las pocas cosas que me hace sentir inexistente

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